
En estos días he estado reflexionando, a partir de temas trabajados en sesiones de coaching, acerca del fino equilibrio entre la autovalidación y la validación de los otros.
No hay duda de que somos seres sociales. Desde la mirada de la psicología social nos constituimos como humanos a partir de nuestros vínculos, de nuestras interacciones. Ahora, ¿esto significa que si el otro no me da “dedito para arriba” yo no existo?
Desde el coaching ontológico en uno de los puntos vitales que nos detenemos a mirar son nuestras creencias, nuestros juicios, si los mismos están validados con hechos o no. Y también, a partir de este tema, surge la pregunta
¿A quién le asignamos autoridad para que nos de su opinión, o para tomar nosotros su punto de vista como vital?
Si todas las opiniones son importantes para mi, es probable que después de un tiempo ya no sepa ni quién soy. Ni cuáles son mis prioridades o mis objetivos a cumplir.
Y aquí, en este momento, quiero traer la autovalidación. ¿Cómo me percibo yo?. ¿Qué opinión tengo yo de mi misma?. ¿Me detengo a analizar si estoy siendo coherente entre mi pensar, sentir, decir y hacer?
Si alguien me dice “tú no sirves para este trabajo”, ¿le pido que fundamente su opinión?, ¿Soy consciente de que esta oración, que parece tan tajante es una mera opinión? Y por lo tanto ¿me tomo mi tiempo para mirarme a mi misma y reconocer mis fortalezas y mis puntos de mejora?
¿Tengo a mano herramientas que me permitan levantarme luego de una caída?, ¿O espero que siempre sea el otro el que me levante?
El autovalidarme requiere de un tiempo de instrospección. A la primera persona que tengo que enamorar es a mi misma. Y desde allí, salir al mundo a vincularme con otros, siendo aprendiz y maestra al mismo tiempo.